Con el “Vampiro vegetariano” de Luis Ernesto Arocha
viernes, 2 de febrero de 2018
Con el “Vampiro vegetariano” de
Luis Ernesto Arocha
Carnaval de las Artes y Cinemateca rinden honores a
este artista pionero
POR SIGIFREDO EUSSE MARINO
Sin relumbres ni ruido, como
casi todo lo suyo –y como quizá, en vida, siempre lo quiso–, en medio del
indetenible barullo mediático y vivencial de la temporada del Carnaval 2018 en
Barranquilla, el desaparecido cineasta Luis Ernesto Arocha ha puesto esa póstuma
y exquisita pincelada del artista integral que fue hasta su muerte, acaecida a
finales de 2016.
Muy acorde con su talento
y talante –tan exquisitamente burlesco y discretamente socarrón– la ocasión fue propiciada por el Carnaval de las
Artes y la Cinemateca del Caribe, con el estreno local de El extraño caso del vampiro vegetariano, un remake fílmico suyo al que Arocha dedicó los años últimos de su
vida, co-realizándolo junto al también cineasta David Covo.
Covo, de la nueva
generación de realizadores colombianos y egresado de la Escuela Internacional
de Cine de San Antonio de los Baños, estuvo en la sala y fue presentado al
auditorio por Sara Harb, igualmente autora de ficciones y documentales para el
cine, con quien Arocha compartió su etapa creativa de los años 90.
El escritor Julio
Olaciregui, presente en una charla previa a la proyección del filme, emocionado
y risueño a la salida del cine, nos hizo esta exultante declaración:
“Luis Ernesto Arocha logro
realizar "El extraño caso del vampiro vegetariano" pocos meses antes
de desaparecer a fines de 2016, dejando una butaca vacía en la Cinemateca del
Caribe donde solía vérsele casi todos los días.
“Covo nos contó de qué
manera Arocha trabajó con delectación en este mediometraje de ficción, tomándose
todo su tiempo para volver a sus temas, a sus fantasmas: la infancia, su amor
por el cine, su instinto visual, el humor, los “paraísos artificiales”
y un tierno desparpajo documental al filmar la gran parada gay en los
carnavales barranquilleros.
“Este vampiro vegetariano come
rosas, fuma hierba, es rumbero, enamoradizo, y debe conseguirle victimas a su
esponjosa y barroca madre, muy canosa y emperifollada ella. Es una película
gozona, experimental, nos recuerda el cine mudo y transmite alegría al
espectador… Y la vemos como si recibiéramos la herencia que nos dejó este
arquitecto y artista, loco tranquilo y generoso. Covo prometió poner en escena
otros guiones de Arocha”.
Arocha con una de sus
obras de la plástica
FUGAZ
SEMBLANZA DEL AROCHA CREADOR
En consecuente epílogo del homenaje a su memoria
fílmica, hagamos aquí un flashback
que traiga a primer plano la presencia viva del Luis Ernesto Arocha de cuando
apenas contemplaba, vaga y secretamente, retomar su vieja historia iniciática
del vampiro vegetariano.
La semblanza que sigue nace de una larga conversación
con este cronista, cuando Arocha volvía a sentir nostalgias de hacer, de nuevo,
cine suyo de autor, más allá de sus facetas como documentalista, arquitecto y
artista plástico. Veamos aquí cómo lo veíamos por entonces:
Uno diría que Luis Ernesto Arocha es alguien ajeno al
tiempo. Con su gorra y gafas ahumadas, su eterna mochila y una cierta socarrona
levedad en su prisa pausada, despista con su aire de capitán sin barco, en
licencia provisional, y que resintiera añoranzas de altamar, de borrascas
pasadas y de quién sabe qué ajenos puertos ultramarinos.
A lo mejor son solo mañas de un buen aprendizaje de
vida y de arte, sabidurías de ‘lobo de mar’…
porque preserva intacta esa carga devastadora de humor negro que uno encuentra
tanto en sus películas de juventud como en los guiones de largometrajes
escritos por él a lo largo de varias décadas, algunos premiados y casi todos
ellos a la espera de ser llevados a rodaje.
AQUEL
VERANO EN NUEVA YORK
Un verano en Nueva York –esa fue una estación
providencial en la carrera de cineasta del barranquillero Luis Ernesto Arocha…
Un intenso verano a comienzos de los 60 –el mismo verano inolvidable en que se
celebró la Feria de Nueva York–, ya cuando Arocha había egresado como
arquitecto de la norteamericana Universidad de Tulane y ejercido a media marcha
en la sureña y mítica Nueva Orleans.
Ahora se había venido a Nueva York, vivía en Soho, que,
para entonces, era lo más lejano imaginable de una barriada snob. «Totalmente
sórdido era el Soho –nos dijo Arocha–. Cada mañana, cuando salía a la calle,
siempre caía de bruces por los peldaños algún borracho que había recostado la
borrachera contra mi puerta».
Luis Ernesto y otro talentoso irreverente de vocación y
oficio, el pintor cartagenero Enrique Grau, habían caído a bocajarro en la
plena efervescencia juvenil y la cocina urbana del arte contestatario en
Norteamérica. Eran los años sesenta.
UN
TAL JOVEN ANDY WARHOL
En sótanos de iglesias semiabandonadas, en escondidas
galerías de arte rebelde, en apartamentos de uno que otro artista, asistieron a
funciones clandestinas de las primeras películas underground, de finales de los 50, entre ellas las de otro cierto
joven llamado Andy Warhol. También las de Stan Brakhage, las de Kenneth Anger,
toda una inconfesa cofradía de iconoclastas del arte.
Eran, a la sazón, películas proscritas por sus altas
dosis de insolencia, una estética desparpajada y sus desnudos a granel, entre
otros excesos que los moralismos legales de entonces no toleraban. Los
auditorios, en cambio, eran cada vez más una celebración excitante y renovado
acicate para nuevas osadías y pretextos creativos.
–Recuerdo que vi también una primera película del
hispano-cubano Néstor Almendros, en blanco y negro. Se llamaba Gente en la playa. Al final de ese
verano me decidí y compré una filmadora Yashica de 8 milímetros. Y empezamos enseguida.…
Listo. Estaban inoculados, Arocha y Grau, con el virus
del cine. Sin guion previo, Arocha hizo entonces su primera película: Grau,
disfrazado de Greta Garbo, se puso a ‘convalecer’ en una cama antigua de alto
dosel y actuó para su amigo y su cámara nueva.
Arocha se regresó para Nueva Orleans y terminó en un
estrecho cuarto de montaje aquella particular parodia fílmica que a la postre
titularon Pasión y muerte de Margarita
Gautier. Ya antes –incluso antes de viajar a Nueva York–, Arocha había
hecho un par de primerizas incursiones en oficios del cine: participó, por
ejemplo, en la puesta en escena de un relato en tono epistolar de Camilo José
Cela, La señora Cornwall habla con su
hija. Allí en Nueva Orleans, esta había sido su personal prehistoria de
oficio.
Arocha en una de sus
exposiciones
SU
DRÁCULA VEGETARIANO VERSUS LA PROSTITUTA CALVA
Volvamos al rollo. Al retornar a Nueva Orleans, sin
pérdida de tiempo, Arocha se puso a filmar una segunda historia, la de un
Drácula vegetariano y edípico al que horroriza la sangre, pero que para
cumplimentar a su madre desangra por completo a una prostituta calva. La tituló,
entonces, Motherlove.
Lo particular de todo era que –fiel al minimalismo de
sus producciones y al de su presupuesto tercermundista– los tres personajes
serían encarnados por un mismo actor que no era –“para nada”– actor. ¿Cómo se
las arreglaron Arocha y su no-actor (un amigo suyo «profesor de inglés, gordito
él») para realizar tan bizarra película, original y recursiva desde sus mismos
prolegómenos? No sería corto de contar, pero eso, a lo mejor, ya será “otra
película”…
De aquellos primeros filmes experimentales de Luis
Ernesto Arocha en su periplo estadounidense nada sobrevivió a los azares del
tiempo, la vida y el viajar. Motherlove
sin embargo, ahora, como una feliz
excepción, sí tuvo su “segunda oportunidad sobre la tierra” gracias a este
“canto del cisne” de un Arocha ya octogenario pero tan creativo como en sus
inicios, que contó para ello con el talento y oficios del joven co-director
David Covo.
Fue este el estreno del Carnaval 2018 que el mundillo
de la cultura barranquillera brindó como
entrañable homenaje póstumo a Luis Ernesto Arocha, multifacético pionero
de lo experimental en el arte colombiano.
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